(Foto de la vieja Ford – Atlanta 2002)
En Atlanta, estado de Georgia, EEUU, tuve el trabajo que recuerdo con más cariño. Éramos
yo y mi alma. A través de los altavoces de la vieja Ford podía escucharse Jaime
Roos, Mark Knopfler o mi querida murga Contrafarsa. Pero una noche no hubo
CD... puse la radio y de pronto comenzó a sonar una canción del viejo Johnny Cash.
A este hombre yo le debo algo… Conocí la música de Johnny
Cash en Atlanta a través de una radio country-folk, mientras por la ventanilla
de la vieja Ford, repartía el Atlanta Journal en los condados de Suwanee y
Flowery Ranch durante las noches. Yo, que en Uruguay había trabajado en varias
multinacionales, bañado en Carolina Herrera y siempre de corbata, de pronto encontré
en EEUU el mejor trabajo que tuve en mi
vida. Ganaba poco pero cómo disfrutaba! Llegaba al depósito del periódico en
Lawrenceville. Mi jefe, el viejo Benson… un racista redneck típico (redneck:
Típico votante de Trump... Trabajadores blancos y racistas de los estados del
sur de EEUU). Benson había sido marine pero lo habían echado por borracho… Con el tiempo, supe que el viejo Benson me
apreciaba… por ejemplo cuando yo me dormía y no llegaba a la 1 de la madrugada
al periódico, me llamaba y me decía: “Vamos Gabriel… despiértate mierda” y cuando
yo llegaba al depósito, él ya me tenía todo preparado para salir a repartir el
periódico. Incluso hasta llegó a darme un abrazo mientras lagrimeaba cuando le
dije que me iba a vivir a España.
Salía del depósito y mi primer parada… la gasolinera BP de
la Suwanee Dam Road. Allí, durante las noches trabajaba Gustavo, un colombiano
con el que compartíamos soledades, risas y tristezas. Los dos teníamos a la
familia lejos… nos mostrábamos fotos de nuestros hijos… hablábamos de fútbol y
de la vida. Era la solidaridad y el entendimiento entre dos inmigrantes “sin
papeles”… Gustavo ponía a hornear las
donuts de dulce de leche para que a eso de la 1 y media de la madrugada, más o
menos la hora en que yo llegaba, las tuviera calentitas. Allí cargaba gasolina,
compraba mis Marlboro y me llevaba mis 2 donas calentitas con un buen vaso de
café… y a repartir periódicos! Me pregunto qué será de la vida de Gustavo…
ojalá haya podido reunirse con su familia. No pude despedirme de él, pero
siempre lo recuerdo.
Aquel trabajo me encantaba… a esas horas, nada de tránsito,
así que yo enderezaba las curvas con la Ford. Cuanto antes terminaba de
repartir todos los periódicos, antes regresaba a casa. A través de los 4
altavoces podía escucharse a Jaime Roos, Sabina, Mark Knopfler… a mi querida
murga Contrafarsa o como contaba anteriormente a Johnny Cash a través de la
radio. De a poco, el viejo Cash se fue volviendo cada vez más necesario. Había
algo en su música que me hacía más fácil relacionarme con aquel entorno.
Recuerdo bien aquella noche azul y blanca… el cielo era tan azul… y estaba
llenito de estrellas después de una gran nevada. Todo estaba blanco… paré la
Ford y me bajé para encender un cigarrillo mientras escuchaba “Turn the page” y de pronto… apareció una manada de ciervos
que se detuvo frente a mí. Fue un instante… el jefe de la manada me miraba fijo
mientras las hembras cruzaban la calle. Él, con su enorme cornamenta seguía
parado frente a mí. Aquella fue una mirada que me dijo tantas cosas… hasta que
siguió su camino entre los pinos junto a su manada. Cada vez que escucho esa
canción, se me aparece esa imagen. O al revés… la paz que sentí aquella noche,
en aquel momento, pocas veces la volví a sentir. Y luego vino mi familia y al
tiempo nos fuimos a España. Más precisamente a Dénia.
Y allí tuve mi primer infarto. Y recuerdo que en el hospital
todo era blanco… demasiado blanco. Hasta la muerte era blanca. En la UCI, las
luces blancas estaban toda la noche encendidas. De pronto traían a alguien al
box de al lado y aquello se llenaba de médicos y enfermeras y al poco rato,
descorrían la cortina y en la cama de al lado, ya no había nadie. Y todo volvía
a ser blanco.
Pero una noche y estoy seguro que producto de la buena droga
que me estaban dando, juro que vi a alguien totalmente vestido de negro,
sentado y con las piernas cruzadas apoyadas sobre mi cama. Al otro día, cuando
Adriana, la mamá de mis hijos llegó al hospital, le conté que había estado
Johnny Cash toda la noche cuidándome. Con su arma gatillada por si la muerte se
acercaba mucho a mi cama. Sin duda alguna la droga que me estaban dando era de
la buena… pero juro que yo lo ví. Allí estaba él, todo vestido de negro, con su
enorme sacón negro y su sombrero también negro. Luego volví a verlo una vez
más. Fue cuando estuve en coma casi 2 meses. Yo no ví túnel con luces ni nada
parecido. Pero lo que sí me acuerdo de haber visto o mejor dicho, haber estado
es un lugar hermoso… en medio de una pradera muy verde, con un cielo despejado
y un sol entibiándome… allá lejos vi una cabaña y cuando me acerqué a ella,
pude ver que allí estaban el poeta Ángel González, Juan Gelman, Alfredo
Zitarrosa y muchos más. Y entre ellos, pude ver nuevamente aquella figura toda
vestida de negro de Jhonny Cash. Una vez más, no había faltado a la cita. Ya…
que soy un mitómano… y por eso me fui a buscar el significado: “Que pertenece o
concierne a la mitomanía (tendencia a mentir o a exagerar). Que tiende a
mentir, a exagerar o a mitificar, a veces por razones patológicas.” Bueno… a
exagerar, sí… pero mentira no es. Yo lo viví, yo lo sentí. En todo caso la
culpable de mi mitomanía era la droga que me estaban dando… Lo cierto es que
hoy, a casi 5 años de la última vez que lo ví… el viejo Jhonny Cash siempre
está presente en mis paganas oraciones.