"Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo
con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo."
M.Benedetti
Ahora, cada pieza de este puzzle vuelve a encajar.
No, no iremos a Lisboa.
No esperaremos los barcos que vienen desde Montevideo, trayendo cartas escritas con tinta azul.
No brindaremos con Pessoa, pero nos lo llevaremos puesto.
Se irá con nosotros.
Una maleta... tan solo una maleta de 23 kgs.
Pessoa y sus cuatro poetas cruzando el Atlántico y entonces será él quien se pregunte:
-Qué están haciendo? Qué están haciendo de mi Portugal?-
Dicen... cuentan... susurran... que por las noches, se le puede ver sentado y con su vaso lleno, mirando el mar.
Esperando que lleguen los barcos desde Montevideo.
Desde el Sur.
Mi sur.
Y no, no iremos a Lisboa.
Todo no se puede.
O mejor dicho... no puede quererse todo.
Conozco la Highway 95 de comienzo a fin.
La Ford devorando millas, el viejo Knopfler como banda sonora y allá nos fuimos... atravesando "my sweet Georgia", las Carolinas, Virginia, Maryland, New Jersey... cruzamos el puente de Brooklyn y entramos en Manhattan, dejando atrás y para siempre Atlanta y su aroma de manzana y canela, el blues del Downtown, asados y piscina en The Falls. el olor de la tinta fresca y sobretodo... los amigos.
Recorrí los mismos caminos manchegos y polvorientos que León Felipe, tomé mate en uno de esos patios andaluces a los que le cantó el bueno de Machado.
Sentí el vuelo de Federico a orillas del Darro, me chorreé enterito comiendo de las mismas naranjas que Miguel Hernández.
Viví en Sansueña y conversé largamente con Cernuda.
Sentado bajo la Torre del Agua, invoqué a los poetas nazaríes.
Viendo atardecer sobre los muros de la Alhambra, escuché el cante jondo y arrabalero de Morente.
Me emborraché en el mismo mostrador que Ángel González y recité los versos de Tirso de Molina sentado bajo su estatua.
Me voy llenito de poesía.
Dejo esta tierra de poetas y guitarras al sol.
Me voy con la certeza de que mi amor por Madrid no fue en vano.
Una ciudad es ella y su gente o no será.
Y Madrid lo fue.
Vaya que lo fue.
Su gente, mis amigos, mis almas cómplices.
En Madrid quedan muchos de mis afectos pero me llevo el más preciado de todos ellos.
En Madrid, se queda la luz y el sol, a los que le cantó el Flaco Zitarrosa.
El Libertad 8 y amaneceres compartidos.
Carabanchel y Anita, el bar Las Charcas y los goles de Forlán.
En Dénia quedan amigos y hermanos de vida y de vaso.
En Dénia retumbará para siempre la risa generosa de Mauricio, los ojos buenos de Jose y Rosalía.
Dénia, la que siempre será mi otro lugar en el mundo.
En Granada quedan mis hijos.
En Granada queda la mujer que me amó y amé.
Sucedió hace muchos años atrás.
La Boca.
Parado frente a un Quinquela Martín, sentí que Buenos aires sería un buen lugar para vivir.
De pequeño pasaba largas horas sentado y observando un atlas.
Soñaba con ciudades y ríos lejanos.
Nombres como Apalaches, Ebro, Mediterráneo, Castilla La Mancha, Chattahochee, Savanah, Granada, Madrid, Gijón...
Tal vez por esa razón, cada vez que llegué a uno de esos lugares, no me sentí extranjero.
Caminante, inconforme, peregrino... eso sí.
Y por causa o destino, seguí la tradición del pueblo marinero.
Vuelvo al Sur.
A mi Sur.
Al que un día ya lejano dejé entre abrazos tristes y promesas de volver.
Ese Sur que tanto olí en aquellas interminables noches blancas de hospital, donde todo era blanco, todo menos la muerte.
Una vez más emprendo la marcha.
Nuevamente a meter la vida en una maleta.
Estoy contento.
Aún sigo siendo capaz de sentir el llamado del fuego.
Y cuando me llame la tierra, podré decir al igual que el poeta...
-que es mejor llorar frente al mar-
porque al igual que la vida es un caos entre dos silencios, mi vida sigue siendo el camino.
Ni comienzo ni final.
Tan solo el camino.
Ni más ni menos que la vida.
Que así sea.
Porque así será.