sábado, 28 de diciembre de 2019

He vuelto de un sueño profundo.


Ayer hizo un año de aquella noche del domingo 16 de diciembre, cuando le dijeron a mi familia que había que operar porque me estaba muriendo. Y se complicó más aún, cuando me estaban realizando tres by-pass, mis pulmones se inundaron de sangre. La operación terminó a las 5 de la madrugada. El cirujano salió a dar el informe. Había superado el infarto, pero como había estado algunos minutos sin subir sangre y oxígeno al cerebro, podrían quedar secuelas irreparables. Habían hecho todo lo que habían podido… ahora solo cabía esperar a que mi cuerpo respondiera.
Mi familia, desvastada y yo… entraba en un coma profundo.
Pasaban los días y comencé a dar señales vitales con mi cuerpo pero no con mi mente. Cuando los médicos intentaban despertarme, mi cuerpo se convulsionaba y si bien abría los ojos, me cuenta Elena que jamás vio una mirada tan perdida.
Quién sabe por qué mares navegaba mi mente, por qué sitios anduve caminando aquellos días. Tanto Elena como Tamara y Camilo pasaban horas y horas… días y noches en la sala de espera de la UCI para poder verme dos veces al día y esperar el informe médico. También lo hacía Agustín, un amigo que me regaló la vida y a quien nunca dejaré de agradecerle por todo lo que hizo por mí y por mi familia.
Hay cosas que me las han contado 4 ó 5… 10 veces, pero yo necesito que me las vuelvan a contar.
Una tarde estaba Elena sola junto a mí y me tomó la mano. Entonces dijo: “Gaby, si me escuchás por favor, aprétame la mano.” y sucedió que le apreté la mano. Entonces se puso a cantar una canción muy pero muy nuestra, que si bien es de Luis Eduardo Aute, Silvio Rodríguez hizo para nosotros una versión a la que nosotros llamamos “No todo fue naufragar”. Y comenzó a cantarme bajito al oído: “…Cierto que huí de los fastos y los oropeles / y que jamás puse en venta ninguna quimera, / siempre evité ser un súbdito de los laureles / porque vivir era un vértigo y no una carrera.”
Y siguió cantándome: “Pero quiero que me digas, amor, / que no todo fue naufragar / por haber creído que amar / era el verbo más bello / dímelo / me va la vida en ello.” Y de pronto, comenzaron a caer lágrimas y más lágrimas por mi rostro. Elena salió corriendo a buscar a un médico para contarle que se había comunicado conmigo, pero el médico tratando de calmarla le explicaba que eso no era suficiente. Pero yo estoy seguro que sí, que nos comunicamos, es más, estoy convencido que aquella fue una comunión de amor entre ella y yo.
Siguieron pasando los días y Elena y Tamara me cantaba canciones de Fernando Cabrera y de Darnauchans, mientras me ponían cremas para que no me llagara. Y Camilo me acariciaba y jamás quiso llorar delante de mí por las dudas de que yo lo escuchara… todo eso, repito, me lo han tenido que contar varias veces y yo aún hoy les sigo preguntando.
La cuestión es que un buen día ocurrió el milagro… los médicos intentando despertarme y yo al fin… respondo! Lo primero que pensé era que estaba ingresado en un hospital del estado de Wisconsin y me preguntaba quién carajo iba a pagar la factura! Me sorprendió ver tanta enfermera alrededor de mi cama y yo les hablaba en inglés… hasta que una de ellas dijo: “Joder, niño… pero tú sabes dónde estás? Que estás en el Hospital Universitario, aquí cerquita de Moncloa.” Y a continuación me pasaron al sofá y según ellas, me iban a poner lindo para cuando me viera la familia. También me pusieron un aparato para que se me entendiera cuando hablara porque debido a la traqueotomía no me iban a entender nada. Y así fue… la primera que pasó fue Elena. Jamás olvidaré aquel momento. Fue ella quien me contó que había estado más de un mes en coma. Y nos abrazamos y lloramos y volvíamos a llorar. En aquel momento nos prometimos tantas pero tantas cosas… Luego fueron Tamara y Camilo los que me abrazaban y también lloraban. Estaban felices… yo no era consciente de por qué tanta alegría. Lo que yo no sabía, era que el riesgo de haber quedado como una planta parecía haber quedado atrás.
Luego la evolución fue rápida. Según el cirujano que me salvó la vida, él estaba orgulloso de que yo hubiera peleado como un javato.
Nunca olvidaré el día en el que salí por la puerta de aquel hospital. Respirar bien pero bien hondo, llenarme los pulmones y sentir que la vida recorría cada una de mis células, que la sangre fluía por todas mis venas y aquellas ganas locas de volver a vivir esta vida que me tocó. No puedo quejarme… como buen gato que soy, es cierto que esta vez se me fueron más vidas de lo aconsejado pero como son 7, no importa las que me queden por vivir. Eso sí, vivir hasta el mango, sentir cada instante, cada momento.
Hace un año de todo aquello y aún quedan secuelas, obviamente. Y si escribo todo esto, si lo hago público, en parte es porque mi terapeuta me aconsejó escribirlo, que es también otra forma de naturalizarlo. Aceptar que me pasó a mí y que no fue el guión de una película.
Quiero agradecerle a todos los que a pedido de Elena, rezaron por mí, en esos rezos se unieron católicos, budistas y musulmanes. Sepan que siempre irán en éste, mi corazón ajado, allá donde yo vaya.
Como dije antes, quien sabe por qué mares y por qué caminos anduvo mi alma aquel mes y medio. Lo que sí sé, de lo que estoy profundamente convencido, es que aquella tarde en la que Elena me cantó bajito al oído, ella me trajo nuevamente a la vida.
Paradojas del destino, ayer hizo una semana que Elena se fue de casa. Jamás nunca, nada ni nadie alcanzará a comprender el amor que siento por ella. Que sea feliz es mi mayor deseo. Porque toda la ternura que existió y existirá entre nosotros, no cabe en el vaso más hondo de una noche en el Libertad 8.
Pero también me trajeron de vuelta mis hijos Camilo y Tamara, y mi hermana Maria Inés desde Montevideo y tantas y tantos hermanos que no puedo contar.
Y aquí estoy… solo y preparado o como prefiero decir, velando mis armas para otro combate. Y si llego a morir, que sea como decía Alfredo Zitarrosa, de algún violento amor.
De amor, sin dudas.
G.T. (el Gato) - Madrid 17/12/2019
El tatuaje me lo hizo Camilo, mi hijo, dos meses antes de entrar en coma.









Yo, que apenas soy un aprendiz de brujo y nada más, también he vuelto. 

"Cebollita" o el Payaso que derrotó a la huesuda...


Tengo un amigo desde hace muchos años que es payaso. Así nomás... Payaso profesional. Gustavo Otasú se llama, pero para nosotros es el "Cebolla" y para otros, simplemente "Cebollita". Nos conocimos trabajando en el Centro de Cómputos de la Contaduría General de la Nación del Uruguay. De aquella época, y me pongo a pensar ahora, saqué amigos para toda la vida. Si bien a Eduardo Miláns y a Julio Vico ya los conocía de antes, al resto los conocí ahí. Al "Negro" Ottonello, a Martita Bula, al "Ronco" Fontana, al "Gallego" Fernández, a Luisito Borrallo, al "Yeso" Moreira y por supuesto al "Cebolla"!
Era el alma del grupo... No había tarde que no nos hiciera reír con sus payasadas! Pero hete aquí que hace poco tiempo atrás, el muy hijo de puta del cáncer se le cruzó en el camino.
Lo que no sabía el cáncer, es que con los Payasos no se jode. Porque mi amigo, el "Cebolla", se paró firme frente a él, se puso la nariz roja y sus zapatones de payaso y le encajó a saber:
Cuatro payasadas, miles de risas de niños, cinco trucos de magia y lo derrotó. Pienso y no entiendo... pero cómo no pensó el cáncer que jamás podría derrotar a un Payaso? Si la puta muerte no pudo conmigo, cómo iba a poder con un Payaso? Eh?
Hoy, mi amigo está celebrando por estos días las navidades junto a su familia, allá en mi querida y lejana Montevideo. Y sé que está feliz. Y yo, hoy aquí desde Madrid, le digo que lo quiero mucho. Por ser buen amigo. Por ser un hombre bueno. Porque es payaso. Por eso nomás.
Arriba "Cebolla" carajo!!! 😉
pd.: Pienso que nuestro querido amigo Eduardo Miláns se debe estar riendo a carcajada limpia, allá... en la estrella que ahora habita.