jueves, 25 de enero de 2007

Joaquín, Enrique, Piazzolla y yo...


Estoy aquí
en el mundo
en un lugar del mundo
esperando
esperando.
Ven
o no vengas
yo
me estoy aquí
esperando.

Idea Vilariño

Mientras suena Astor Piazzolla miro por el ventanal. Está anocheciendo en Denia. A lo lejos, las montañas se van llenando de puntitos luminosos. Son las mismas luces que en noches no muy lejanas, al verlas... me producían una mezcla de emoción y melancolía, de esa melancolía bien pero bien uruguaya. La que lastima de a poquito, sin que te des cuenta... No se por qué pero en algunas madrugadas, cuando el sueño se negaba a venir, me quedaba largos ratos observando esas luces. Me preguntaba si a esa misma hora, en ese instante... desde aquella montaña, habría alguien mirando hacia mi ventana. Quizás, esa persona también estuviera triste... Es que a veces me siento más triste que la tristeza...
Uno con los años va cambiando, la vida nos va cambiando. Cuando creemos que ya nada nos puede sorprender, entonces ahí se produce el milagro. Con cualquier cosita, por más chiquita que sea, nos damos cuenta de que seguimos emocionándonos. Piazzolla me sigue emocionando. Que me perdonen mis amigos argentinos, aunque ellos ya lo saben... pero hace largo rato ya que les vengo robando al Astor. No concibo el Centro o la Ciudad Vieja de Montevideo sin su música. Puedo cerrar los ojos y mientras escucho los suspiros de su bandoneón, puedo recorrer de memoria y sin equivocarme cada baldosa, cada pedacito de suelo... Caminar por Soriano, subir por Río Negro hasta San José. Cortar camino por La Madrileña, tomar 18 de Julio, saludar a Julio, el diariero de la esquina. Preguntar precio por los mates en el puesto de al lado y seguir rumbo a la Plaza Independencia. Bajar por Juncal y llegar hasta la querida y entrañable callecita Paraná. Solo tiene una cuadra de largo... pocos son los que la conocen. Doy fe de que es uno de los mejores rincones de Montevideo.
Yo vivía en un tercer piso, frente a la desembocadura de Juncal.
Desde la cocina podía ver los techos góticos y art-decó de las viejas casonas y las cúpulas de la Catedral. Como olvidarme de aquellas noches llenas de bohemia? Paraná es una calle de una sola cuadra pero con una acústica increíble. A eso de las 10, me servía un wiskhy y comenzaba a sonar el Adiós Nonino del Astor a todo volumen. Era cuestión de esperar... Desde el edificio de enfrente, Joaquín con su saxo contestaba con una dulzura que emocionaba. En la puerta contigua a la mía, vivía Don Enrique... era escuchar a Joaquín y al instante aparecía por la ventana, también con su vaso lleno. Así pasaban Verano porteño, Tango apasionado, Contrabajísimo y muchos tangos más. La calle entera se llenaba de música y entonces se producía el milagro, tres personas eran capaces de unir sus soledades sin hablar una sola palabra y sentirse aunque sea por un rato, compañeros.
Con el tiempo, Joaquín se fue a vivir a Suecia.
Don Enrique era un estanciero perjudicado por la famosa tablita... el desastre económico de los 80. Al morir su mujer, Enrique decidió vender lo poco que le quedaba y repartir el dinero entre sus dos hijos. Solo le quedaba ese apartamento y una mente lúcida. Al cumplir 80 años, sus hijos... no encontraron mejor regalo que internarlo en una casa de ancianos. Justo a él... que regalaba salud. Las veces que me ayudó a esconder a alguna “fulana”, mientras otra subía por el ascensor... Esta noche, Viejo Compañero de tanta bohemia, mientras sigue sonando Piazzolla brindaré por vos. Quizás, Joaquín con su saxo, desde una esquina cualquiera de Estocolmo, se nos una. Como en aquellas... nuestras noches de la calle Paraná.


viernes, 19 de enero de 2007

Alfredo Zitarrosa... la milonga sangrante.

Desde su muerte, al amanecer del 17 de enero de 1989, no pude volver a escuchar sus discos hasta hace poco tiempo atrás. No podía soportarlo. Su voz, el sonido de sus guitarras... todo me hacía daño. Y más lo hacía desde que yo había salido del Uruguay. Hoy no solo disfruto del reencuentro con ese viejo compañero, también continúo descubriendo cosas en él, en su canto, en su mística. Siempre tuvo fama de serio, cosa que por otra parte lo era, pero me llamaba la atención que lo tildaran de hosco. No podía y seguramente no debió serlo. Un hombre que logra convertirse en la voz de todo un pueblo, tenía que ser capaz de sentir mucha ternura por el prójimo, tal como lo expresaba en su canto. Fue el cantor de todos. Sin excepciones. Enamoraba a las muchachitas y a las señoras en sus comienzos con “Milonga de ojos dorados” o con “Milonga para una niña”. Le cantaba a los cañeros del norte, a sus sufrimientos. Llenaba de esperanza la vida de los trabajadores rurales, de las prostitutas, los milicos de pueblo, los obreros y hasta de las amas de casa con aquello de “Doña Soledad... póngase un poco a pensar”. Cuentan algunos compañeros que en la época de la dictadura, mientras estaban presos, se sorprendían al escuchar a sus carceleros silbar alguna melodía de Zitarrosa. No se salvaba nadie. Nos llegaba a todos...

De mi infancia tengo el recuerdo de una noche en particular. Elbia, mi segunda madre... trabajaba en casa desde hacía un montón de años, había ayudado a criar a mi vieja y luego siguió conmigo y mis hermanas. Me llevaba a pasar algún fin de semana a su casa, allá en el proletario barrio del Cerro, más precisamente en la Avenida Grecia y Carlos Ma. Ramírez. Eran tiempos de luchas obreras y el Cerro estaba a la vanguardia de todas ellas. Mientras "el Rodney" Arismendi en el parlamento interpelaba al ministro de la época, los trabajadores del Frigorífico Nacional iban a la huelga. Entre ellos, Floreal... un hermano de Elbia. Sin querer... así... sin quererlo me fui impregnando de toda aquella buena gente obrera, trabajadora, solidaria, luchadora... Una noche, estábamos mirando televisión y había que hacer silencio, a esa hora comenzaba un programa musical llamado Discodromo, conducido por Rúben Castillo donde hacía su debut un tal Zitarrosa. Recuerdo su figura delgada, vestido con traje negro, camisa blanca y corbata oscura, impecablemente peinado a la gomina. También recuerdo la cara de las mujeres de la casa mirando embobadas la pantalla chica. Era el debut en la televisión de quien luego llegaría ser el más grande cantor popular uruguayo. Alfredo rompió con la hegemonía que hasta ese momento ejercía el folclore que nos llegaba desde Argentina, el que le cantaba al amor, al paisaje y a la nostalgia. Zitarrosa llenó de contenido sus canciones. Le cantó al amor como nadie, pero también le cantó al desamor, a la injusticia, a “la vida y sus vicisitudes” como a él le gustaba decir. Componía sus canciones pensando su música en tres guitarras y un guitarrón, lo que llevó a identificar el estilo Zitarrosa. Editó varios discos y se transformó en un fenómeno de ventas. Competía con la música que venía del exterior, pero les ganaba por paliza, incluyendo a Los Beatles. Cada disco de Alfredo se convertía en disco de oro. En 1971 adhiere públicamente al Frente Amplio, una fuerza de izquierdas que surgía de la necesidad de unirse para confrontar con los partidos de la derecha oligárquica, latifundista, ganadera y reaccionaria. El 27 de junio de 1973, el país entraba en su noche más larga. Los militares llevaban a cabo el golpe de estado que venían anunciando desde tiempo atrás, apoyados por la misma oligarquía criolla y la embajada norteamericana. Se quebraba así la tradición democrática uruguaya. Hacía un tiempo ya que Zitarrosa era censurado en las radios y la televisión. Los tres años que precedieron al golpe de estado, había sido prohibida toda difusión o actuación de actores, escritores, músicos... la cultura entera tuvo que exiliarse. Para los militares, cultura era subversión. Alfredo no tenía opción. Partió en 1976 hacia Argentina y se transformó así en uno más, de los miles de uruguayos que pasaron a tener una nueva profesión... exiliado político. Grave error el de la dictadura. Alfredo no les dio un minuto de tregua. Primero desde Buenos Aires, donde convocaba multitudes, luego en Madrid, España y finalmente en Méjico denunciaba a través de su canto y su mensaje a los torturadores y asesinos, a los verdaderos culpables de tanto sufrimiento. Sus discos fueron guardados como el mejor de los tesoros por el pueblo. El sólo hecho de escucharlos, aunque sea con el volumen bien bajito, era un símbolo de rebeldía y resistencia. Su canción Adagio a mi país, era tan pero tan triste, que él mismo confesó tiempo después en una entrevista, que había llorado amargamente mientras la componía. Al mismo tiempo, el pueblo uruguayo seguía resistiendo. Las cárceles y los centros de tortura se llenaban continuamente de hombres y mujeres dispuestos a dar la vida si era necesario. Muchos de ellos hoy continúan desaparecidos. Alfredo seguía componiendo y arroja al rostro mismo de la dictadura, su composición quizás más importante, Guitarra Negra. Una radiografía exacta del país. Una denuncia acerca de la tortura y la muerte, pero también un mensaje esperanzador, anunciando el regreso de la democracia.
Por aquel entonces, la única forma de esquivar la censura y oír la palabra de nuestros dirigentes políticos exiliados era escuchar a través de Radio Moscú el programa de Rodney Arismendi ó los sábados de tardecita, desde la antigua Checoslovaquia, por Radio Praga, el programa del ex-senador también comunista, Enrique Rodríguez comenzaba con los acordes de Adagio a mi País de Zitarrosa. Escuchar las guitarras y emocionarse, era un todo. El pueblo seguía empujando y empujando. Finalmente a comienzos de 1984, Zitarrosa es uno de los primeros exiliados políticos en regresar al país. Una multitud salió a las calles de Montevideo para recibir a su cantor. La caravana que se formó de autos, camiones, motos, bicicletas y hasta carros tirados por caballos, abarcaba varios kilómetros de largo. Su primera actuación tras el regreso, congregó a una multitud en el Estadio Centenario la noche del 31 de marzo de 1984. Recuerdo particularmente que en medio del espectáculo se cortó la energía eléctrica. Quedó todo a oscuras. La dictadura se estaba despidiendo. El corte habrá durado cerca de 30 minutos. No podíamos irnos, no lo iban a lograr. Así que empezamos a cantar consignas contra el régimen desde la tribuna. Primero fueron unos pocos, luego el Estadio entero. Por esa época aprovechábamos cualquier cosa para manifestarnos. Se habían acabado 11 años de silencio. Al volver la luz, Alfredo siguió con su espectáculo. Él tampoco se había ido. El pueblo y su cantor, ahora sí, juntos y para siempre.

Tras su regreso y por esas cuestiones de la vida, nos convertimos en vecinos, allá en Malvín. Primero vivió unos días en casa de sus suegros, luego compró una casa en la calle Aconcagua, si mal no recuerdo. Finalmente, cuando se separó de su mujer, compró un apartamento en la planta baja de un edificio recién construído en la calle Almería a la vuelta de la playa. Por ese entonces yo vivía en Almería y Yacó, frente al bar de José y Batista. Un bar donde al decir de Jaime Roos, paraba la vida. Si bien Alfredo era habitué del bar La Red en la calle Orinoco, varias veces coincidimos en lo de José. Pude comprobar, porque así lo dijo, que el exilio lo había cambiado. Pero yo lo veía triste. Con la tristeza de los grandes. En ese mismo bar se disputaba un campeonato de Truco, un juego de naipes muy popular en Uruguay. Se juega en parejas y está permitido mentir. Un amigo y yo nos enfrentábamos a Alfredo y no recuerdo bien ahora quien era su pareja. Nos ganaron por paliza. Mi amigo estaba enojadísimo conmigo. Lo que sucedió fue que era tanta mi admiración por Zitarrosa que jamás imaginé que un tipo así podía mentir. Esa noche vi reír a Alfredo como nunca. Al mismo tiempo, seguía escribiendo canciones, editó Melodía Larga y Milonga del Alma. Publicó un libro, “Sobre pájaros y almas”. Recuerdo que estaba apurado por presentarlo. Mal síntoma, pensé. Ya estaba enfermo. Su reencuentro con el alcohol, su separación, todo hizo que Alfredo se descuidara. Lo encontré un día a la salida del supermercado en Almería e Hipólito Yirigoyen con dos botellas de whisky en la mano. De gabardina y pantuflas, sin afeitarse desde hacía varios días, despeinado. Justo él que había cuidado y preservado su imagen como pocos. Pero tenía derecho. Se lo había ganado. También tenía derecho a morirse... y se nos murió el 17 de enero de 1989. Su entierro volvía a congregar a una multitud, pero esta vez lo despedíamos para siempre. El cuerpo fue velado en la institución teatral “El Galpón”. Cuando salí para ir al entierro, al pasar por su casa, ya algún vecino había puesto un ramo de flores en su balcón. Finalmente, el féretro envuelto en la bandera uruguaya comenzaba su viaje al cementerio Central y sucedió lo que tenía que suceder. Alfredo fue tomado por la multitud y llevado por ella. No podían ser otros los que lo llevaran... los trabajadores, estudiantes, hombres y mujeres del pueblo... los siempre olvidados, los nunca reconocidos, eran ellos los que llevaban a su cantor en ese viaje final. Lo pasaban de mano en mano, cantando “Alfredo, amigo, el pueblo está contigo”. Llenándolo de flores rojas... tan rojas como sus milongas sangrantes. Al llegar al cementerio, los compañeros de la UJC había pintado un mural con una leyenda. “Alfredo... la milonga está llorando.” Yo también. Alfredo, simplemente gracias... Compañero. Tu pueblo, que no te olvida.

Esta grabación pertenece a la última etapa de su exilio. Proveniente de Méjico, Alfredo estuvo unos meses en Argentina esperando el momento para cruzar a Montevideo.



Milonga para una niña, fue su primer gran éxito. (1966)



Una de sus mejores canciones... al menos para mí.



Su última grabación... este texto pertenece a uno de los cuentos publicados por Alfredo en su libro "Sobre pájaros y almas". Sabedor de su enfermedad... huele a autobiografía y despedida.

martes, 16 de enero de 2007

Un asunto muy serio...

Vuelvo. Que si no vuelvo, me quedo y no quiero quedarme sin volver... Es lindo saber que son muchos los que ayudan... Uno se da cuenta entonces que la gente está... siempre está... Y la esperanza que vuelve... tan verde como las algas y tan azul como la noche... alguien le echó agüita durante todo este tiempo... Entonces, como en un rito pagano... ocurre que convoco a mis viejos fantasmas... los visto de verde y azul y allá nos vamos... todos juntos detrás de una vieja canción murguera en busca de lunas y madrugadas...

"Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas."
Jaime Sabines - La luna

El otro día me llamó el Pope desde Miami. Se cansó... el tipo se pudrió. Le sucedió lo que nos pasó a nosotros. Un día fue al supermercado... llenó el carro y se sintió llenito de vacíos. Por todos lados... vacío. Y para colmo se preguntó... Y cuando uno se pregunta... con la primera pregunta nomás... ahí... ya... en ese mismo instante, dejaste de ser el que eras. Es como si despertaras de un largo sueño. Siempre me acuerdo de Javier, cada vez que me lo encontraba en Atlanta y le preguntaba como andaba, me respondía: “Y bien... sin preguntarme nada.” El Pope, entre la octava y la novena pregunta... me llamó. “Bo Gaby... y como está la cosa por ahí?” En síntesis, quizás en pocos meses más, nos vamos a reencontrar en España. Por las dudas, ya tengo los brazos abiertos...

Ayer recibí un mail de Carlitos Vidal desde Argentina. A medida que iba leyendo, me iba poniendo más y más contento... Me cuenta que está de gira por el sur argentino. Por estos días tiene varios toques en Esquel, Comodoro Rivadavia, El Bolsón, Puerto Pirámides y Puerto Madryn... Alfredo Belliz y Daniel Muñiz, dos uruguayos que desde hace un buen rato viven por aquellas tierras, le están dando una buena mano. Ya lo dije en un post anterior que escribí sobre Carlos, pero es emocionante ver la receptividad de la buena gente del sur argentino para con la cultura uruguaya... Si todo sale bien, en un tiempo no muy lejano, Carlos también vendrá por España. Y ahí sí... que tiemblen che... con el Pope y Carlitos al lado... como decía Juceca... “esto es un asunto muy serio”.


sábado, 13 de enero de 2007

Historia mínimas IV


"Te largan a la cancha sin preguntarte si querés entrar...
Por si fuera poco, de golero...
toda una vida tapando agujeros.
Y si en una de esas salís bueno...
se tiran al suelo y te cobran... penal"
Jaime Roos (Brindis por Pierrot)


Alguien, el otro día me dijo “... andá... payaso...”
Y yo, que me tomo muy en serio lo que me dice la gente que me quiere... me lo creí...
Desde ese día ando por calles y esquinas con mi nariz roja...
haciendo malabares... mojando a la gente de paso...
Y la gente se ríe y me da aplausitos...
Sí... definitivamente me gusta mi nueva profesión...
Payaso...

lunes, 8 de enero de 2007

Historias mínimas III

Ella le dijo “...nene... tenés que madurar... aunque sea un poquito, pero tenés que madurar...”
Él la miró de reojo... y le contestó “... es que no puedo... trato... pero no puedo”.
Ella no lo escuchó.
Porque él no se lo dijo...



"Se la nube sola en mi pradera,
seré tu querido verde,
y serás sombra en mi mitad,
y si ves que mi verde se quema,
llueve tu llorosa pena,
y el verde nuevo se hará..."

Jorge Fandermole

lunes, 1 de enero de 2007

Ange... chau... paz...


Hoy a las 13 hs. Angélica nos hizo chau con la manito y levantó vuelo...
Ahora... ya está en paz.
Que así sea.