viernes, 15 de junio de 2007

En el viento de la noche. (Eduardo Darnauchans)

“La noche y su torbellino de estímulos, de sensaciones diversas. Somos otros en la noche, si el día es razón, la noche es sueño. En ella, en la frontera de lo real, nos movemos como sombras”.
La noche es un buen lugar... También es un buen lugar...

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“La Ciudad del Búho”, de la que hablara el filósofo Samuel Tesler en el Adán Buenosaires de Leopoldo Marechal. Siempre opuesta a “La Ciudad de la Gallina”. La ciudad filosofal que el desopilante filósofo marechaliano reivindicaba, en verdad, ciertas veces cobija a Palas Atenea, y algunas musas. Otras a los vampiros lácteos o etílicos como un servidor (¡Salud Roman Polanski y sus colmilludos danzarines!)

“Cuando todas las pequeñas cosas dulces están en casa” (Dylan), los merodeadores nos enfundamos en humo y salimos, las más de las veces a trabajar en teatros, pubs, antros varios, hospitales, comisarías o simplemente salimos, o sobrevolamos por callejones donde habita la yira o por avenidas donde medra el travesti. El realero es acechado por dos sujetos. Las ruedas de Radio Patrulla pasan despacio. Una sirena ulula por allá.
Se marcan los territorios, Francia y Prusia, y esquimales y lapones, coreanos y coreanos, aunque sea con recelo, los repestan.

Dentro de los pubs donde los locales trabajamos, los colores predominantes en la penumbra disparan desde spots rojos, caramelo y verdes. El blanco pleno y el azul suelen evitarse.

Un escenario –en realidad una tarima- soporta no sin esfuerzo a dos o tres músicos… y a veces siete o diez. Nunca le falta su tabla floja disimulada por la moquette levemente astrosa, por generaciones de colillas apagadas y “Saharas de ceniza” sobre su gentil superficie.

“Atención al cable, Ver”
“Vas muy al botde, Da”
“Darno: ¿podés ir un poco a la derecha?... Ta”
“Guarda con los vasos, muchachos”.
“Está bien, el último lo pateo yo hace dos viernes…”
“D’accord.”
“Un dos, un dos tres, va…”

Y así van y vienen los tiempos, los meses y los años.

Cierta vez por el ochenta y nueve, en el Amarcord viejo, habían retirado las botellas de los estantes de detrás de la barra. Nuestro escenario quedaba exactamente enfrente a la barra. Arrancamos Aguerre, da Silveira y yo con un tema de clima.
Las guitarras aguantaron muchos compases mientras yo fumaba tranquilo mirando el suelo. Tiré la dichosa colilla, la aplasté y arranqué la primera estrofa.

En el correr de la estrofa fuimos levantando el clima, yo me saqué los lentes y miré hacia delante. Primero no me di cuenta. En el pasaje a la segunda estrofa, mientras respiraba hondo para el agudo del ataque, vi allá atrás, atrás de George y Tiny una figura que se movía, seguí cantando y al tiempo me preguntaba: “Quién es ese tipo?”. Por el cuarto verso, más o menos me dije: “Pero este tipo, o es idéntico a mí o… soy yo!”. En efecto, el espejo me reflejaba.
El resto del recital canté de perfil a la barra.

La noche sigue siendo el lugar de los oficios lunares. La viejísima madre luna, ya hollada por el bárbaro, continúa para nosotros, sus oficiantes, como el único denario de plata que no hubiera vendido a ningún salvador. Ella, desde el principio, gobernó las venas del alma de la humanidad. El sol, el esforzado, es patrón de pastores y agricultores.

En suma, es un pretexto de la luna.

Desde el refinado interior de un pub refinado, o el polvoriento mostrador de un cafetín, los parroquianos iniciados saben que la sangre fluye mercurial por sus cuerpos. Y quieren beber de la teta del cielo. Tiemblan levemente, toman un trago y todo cobra su sentido.
Y en mi pub, el Cabaret Bizancio, entre Palas Atenea y Bela Lugosi, Sor Juana Inés y Roberto de las Carreras, pasa la sombre de Julio Herrera y Reissig, aferrada a un acorde maltrecho y sublime. Todo parece en calma. “La ambición descansa.”

Hasta que al otro día, con la metralla del sol, cierta vecina menopáusica, denuncie la brisa de la música como ruido molesto. Y venga un inspector y clausure el local. Y esto viene siendo todo.
Pese a todo, la noche es un buen lugar.
Un gran apartamento techado por el cielo.

Eduardo Darnauchans.

Publicado en ELARQA - Año V – Número 18 – Mayo 1996
Revista bimestral de arquitectura y diseño.
Gracias a Susana Aliano Casales (http://darnauchans.blogspot.com) por permitir su publicación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola aquí el planeta perdido...............No se muy bien de que va hoy ( disculpa) tu post, pero tú música...olé.
Ah, no tengo blog ya estoy yo muy carroza para esto, ya me va bien ir de "mirón", y en el blog de luna me encuentro como en casa, recibiendo mensajes y todo, que importante soy! jejej es broma.
Salud

el gato utópico dijo...

pluton:
Tenés razón, ni yo se bien de que va este post. Tiene algo de bronca, de ironía. Está dedicado a alguien muy querido para los uruguayos y que se nos murió hace tres meses. Todos los montevideanos decían ser sus amigos, no había un solo habitante de San Felipe y Santiago que no hubiera tomado una copa con el Darno en Pupa's ó en el Lobizón... Dicen dicen. Hoy ya casi nadie habla del Darno. Si buscas en el blog, en los archivos de abril quizás encuentres algo que pueda ayudarte a conocer a Eduardo Darnauchans. Gracias por estar y claro que sos importante, cómo no...