
Cierta vez le preguntaron a Rosario Castellanos...
"Y usted, por qué escribe?" Entonces esa flor de mujer, escritora y chiapaneca le descerrajó...
"Escribo porque yo, un día adolescente, me incliné ante el espejo y no había nadie... Se da cuenta? El vacío... Y junto a mí los otros chorreaban importancia..."
Menos mal que por un asunto meramente temporal, ese día yo no estaba a su lado. Sino, le pido matrimonio ahí mismo, sin miramiento alguno...
Nostalgia
Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola,
para romperse, lleva
sal, espuma y estruendo...
y toqué con mis manos
una criatura viva;
el silencio.
Heme aquí suspirando
como el que ama y se acuerda y está lejos.
Destino
Matamos lo que amamos.
Lo demás no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca.
A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante para los dos.
Y no basta la tierra para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen.
Se vuelve—antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
Elegía
La cordillera, el aire de la altura
que bate poderoso como el ala de un águila,
la atmósfera difícil de una estrella caída,
de una piedra celeste ya enfriada.
Esta, ésta es mi patria.
Rota, yace a mis pies la estera que tejieron
entrelazando hilos de paciencia y de magia.
O voy pisando templos destruidos
o estelas en el polvo sepultadas.
He aquí el terraplén para la danza.
¿Quién dirá los silencios de mis muertos?
¿Quién llorará la ruina de mi casa?
Entre la soledad una flauta de hueso
derramando una música triste y aguda y áspera.
No hay otra palabra.
****
Rosario Castellanos nació en Ciudad de México el 25 de mayo de 1925, y murió en un trágico accidente en Tel Aviv, Israel, el 7 de agosto de 1974, donde había sido designada como embajadora de México. Su infancia transcurrió en Comitán, estado de Chiapas, la tierra de sus mayores. Luego estudió en UNAM, donde se graduó de maestra en filosofía. Fue promotora de cultura en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. Trabajó en el Centro Coordinador del Instituto Indigenista de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas; en el Indigenista de México, de 1958 a 1961, fue redactora de textos escolares. Catedrática de Literatura comparada, novela contemporánea y seminario de crítica en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.Ejerció también como periodista, publicando asiduamente en el periódico Excelsior. (Datos extraídos de Diccionario de escritores mexicanos, Tomo I, UNAM, México, 1988).
"Y usted, por qué escribe?" Entonces esa flor de mujer, escritora y chiapaneca le descerrajó...
"Escribo porque yo, un día adolescente, me incliné ante el espejo y no había nadie... Se da cuenta? El vacío... Y junto a mí los otros chorreaban importancia..."
Menos mal que por un asunto meramente temporal, ese día yo no estaba a su lado. Sino, le pido matrimonio ahí mismo, sin miramiento alguno...
Nostalgia
Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola,
para romperse, lleva
sal, espuma y estruendo...
y toqué con mis manos
una criatura viva;
el silencio.
Heme aquí suspirando
como el que ama y se acuerda y está lejos.
Destino

Matamos lo que amamos.
Lo demás no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca.
A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante para los dos.
Y no basta la tierra para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen.
Se vuelve—antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
Elegía

La cordillera, el aire de la altura
que bate poderoso como el ala de un águila,
la atmósfera difícil de una estrella caída,
de una piedra celeste ya enfriada.
Esta, ésta es mi patria.
Rota, yace a mis pies la estera que tejieron
entrelazando hilos de paciencia y de magia.
O voy pisando templos destruidos
o estelas en el polvo sepultadas.
He aquí el terraplén para la danza.
¿Quién dirá los silencios de mis muertos?
¿Quién llorará la ruina de mi casa?
Entre la soledad una flauta de hueso
derramando una música triste y aguda y áspera.
No hay otra palabra.
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Rosario Castellanos nació en Ciudad de México el 25 de mayo de 1925, y murió en un trágico accidente en Tel Aviv, Israel, el 7 de agosto de 1974, donde había sido designada como embajadora de México. Su infancia transcurrió en Comitán, estado de Chiapas, la tierra de sus mayores. Luego estudió en UNAM, donde se graduó de maestra en filosofía. Fue promotora de cultura en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. Trabajó en el Centro Coordinador del Instituto Indigenista de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas; en el Indigenista de México, de 1958 a 1961, fue redactora de textos escolares. Catedrática de Literatura comparada, novela contemporánea y seminario de crítica en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.Ejerció también como periodista, publicando asiduamente en el periódico Excelsior. (Datos extraídos de Diccionario de escritores mexicanos, Tomo I, UNAM, México, 1988).
Más sobre la autora: Rosario Castellanos, su obra narrativa y su tiempo (René Petrich)