
"Yo cumplí. Aquí estoy.
Ahora te toca a vos..."
G.T.
(Playa de Dénia - 2-feb-2010)
Decía Neruda que no existe nada más triste que una estación de tren abandonada en una tarde lluviosa.
Pero acaso habrá algo más triste que aquellas días con sus noches en la unidad de cuidados intensivos? Donde todo era blanco... odiosamente blanco y donde solo llovía por dentro.
Sí... tal vez más triste aún es un cementerio en un día de lluvia.
Ayer llovió fuerte en Dénia.
Ayer... enterramos a Alfredo.
Y lloramos todos los que allí estábamos.
Alfredo fue uno de los tantos argentinos que tuvo que abandonar su país junto a su familia.
Eligieron Dénia como destino.
Después de todo, esta ciudad es un buen lugar para ver crecer a tus hijos.
Su muerte me pegó duro... durísimo.
A los 49 años, un cáncer de pulmón lo devoró en pocos meses.
Con Alfredo nunca tuve una relación estrecha, en cambio sí la tuve con Nancy, su compañera.
Allí estábamos con Adriana bajo el paraguas y lagrimeando los dos mientras los empleados del cementerio subian el cajón al nicho.
La lluvia arreciaba y como en una película de Fellini, la cosa se complicó.
El cajón no se deslizaba por el piso del nicho y comenzaron a forcejearlo.
Yo entiendo que para los sepultureros es un trámite más, después de todo es su trabajo.
-Alcánzame el gancho- gritó el que parecía ser el más entendido en esas cuestiones.
Y mientras el otro fue en busca del dichoso gancho, los que estaban sobre el elevador seguían intentando encajar el féretro.
No se cuanto tiempo transcurrió hasta que apareció el gancho, pero para los que allí estábamos fueron horas...
Y en cada forcejeo, con cada "crack-crack-crack" del cajón que se negaba a entrar, a mí en lo personal me arrancaba un suspiro tras otro.
Yo no se si lloré porque conozco la historia de Alfredo y su familia.
Una historia de trabajo, sacrificio y sin suerte alguna.
Con dos hijos adolescentes que abrazados a su madre, seguían sin entender que mierda había pasado con aquellos sueños que les había contado su padre.
Tal vez lloré porque duele ver como a veces la vida se ensaña con la gente buena.
O quizás porque durante un instante me vi yo mismo en lugar de Alfredo.
Cuando llegué a casa, mojado y muerto de frío, me alegré cuando me quemé con agua caliente mientras preparaba el mate.
Me puse entonces a repasar lo que había escrito para la presentación del libro del poeta Mauricio Vidales. En pocas horas comenzaba el acto en la Casa de Cultura y aún me quedaba por escribir el final.
Entonces... cuando al tomar el primer mate... amargo, humeante y espumoso... le agradecí a la vida lo mucho y lo poco que tengo.
Pero sobre todo, le agradecí por estas renovadas ansias de vivir...