Llueve... sigue lloviendo.
Desde que llegué a Madrid y de eso hace ya veititantos días, la nieve primero y la lluvia después.
La tarde se cuela por mi ventana. Todo está verde, queriendo florecer. Pero la madre natura parece querer negar el calendario.
El mate pronto, un cigarrillo humeante en el cenicero, mis manos cada tanto acariciando la lámpara tratando de encontrar un poco de tibieza.
-este tiempo que viene de huesos congelados- decía ayer.
Ahora, comienzan los primeros acordes de "Prosa", un poema hecho canción de Eduardo Darnauchans.
Una grabación del Darno para uno de sus mejores discos, "El trigo de la luna".
Y se aparecen los recuerdos de aquel tiempo. De cuando teníamos todo por delante.
Carlitos Da Silveira, amigo y cómplice de la vida del Darno, fue quien grabó junto a Bernardo Aguerre, las guitarras de aquel disco. Banda sonora de aquellos días.
Y lo recuerdo a Carlitos en mi departamento de Almería y Yacó, rasgueando su guitarra con los acordes de "Prosa", donde Darnauchans dice/canta/grita desesperadamente:
-aprendí y aprenderé voy aprendiendo/
me debo la canción de la sonrisa/
y me deben pentagramas de esperanza.//
Y se fue sin haber cantado la canción de la sonrisa.
Y se fue sin que que alguien le diera pentagramas de esperanza.
Así como así, o tal vez él, no supo verlos.
O no quiso.
De este tiempo, de estos días.
De la esperanza que anida en los brotes del árbol que tengo frente a mi ventana.
De la serenidad que vendrá después de la lluvia.
De estos días de congelados huesos.
Todo pasará.
También este tiempo de espera.
De soledad, que como decía Alfredo, apenas -son cuatro mundos, el de la mentira, el de la vergüenza, el del miedo y el de la soledad. Quien pudiera amar después de roto-.
Y dice más el Darno.
Dice que -una mujer colgada de la nada, una blanca terrible trapecista, me enseñó las canciones del peligro.-
Y es a esa misma señora, la muerte. A "la señora otra" al decir del Darno, a quien no pienso esperar.
Porque a mí también, me deben pentagramas de esperanza.
Prosa

de aquella muchacha desolada
aprendí la canción del desamparo
en la oreja azul del bichicome
escuché el murmullo lastimado
de la canción del último abandono
canciones y canciones y canciones
mi dentadura tristeció con ellas
y mi garganta se amigó con ellas
las cuerdas de guitarras imposibles
tocaron para mí por madrugadas
los acordes helados de mi miedo
una mujer colgada de la nada
una blanca terrible trapecista
me enseñó las canciones del peligro
he sentido la música distante
el minuet del perdido pasadizo
en el roce de muertos cortinados
palabras y de música palabras
concéntricas canciones mis memorias
(y después las canciones que he olvidado)
la letra de la lenta prostituta
la maestra de todos mis errores
y medias negras y penumbra tuerta
aprendí y aprenderé voy aprendiendo
me debo la canción de la sonrisa
y me deben pentagramas de esperanza.
Eduardo Darnauchans
El trigo de la luna, 1989.