
De las mejores cosas que me sucedieron en EE.UU. fue conocer a Marcelo. Mi primera casa en Atlanta era en el 2501 de la The Falls Parkway. Marcelo vivía en la puerta de enfrente. A simple vista, me pareció un guacho de mierda. Yo soy así... demoledor para los juicios. Pero a los pocos días nos sentamos a tomar mate en la escalera. Allí me contó que era de Young, departamente de Río Negro. Y se notaba... no había perdido nada del acento. Un gaucho hablando el Marce. Estaba solo, muy solo. Los “amigos” que lo habían convencido para irse a Atlanta, habían desaparecido... triste historia que se repite una y otra vez.
Por aquel entonces, Marcelo estaba llenito de inquietudes políticas. Venía de una familia colorada, pero el loco no estaba para nada convencido. Era una pregunta tras otra... quería saber más y más sobre la dictadura, los por qué, las causas... Me agotaba... confieso que me agotaba tratando de explicarle. Empezábamos hablando de Seregni y el programa político del Frente Amplio y terminábamos hablando de Artigas y la primer reforma agraria de Latinoamérica...
Ojo que también él me enseñó a escuchar “La Trampa” (confieso que Luna de marzo pasó a ser una de esas canciones imprescindibles) y el rock gótico que curtía Marcelo por aquellos años. Lo terminé adoptando como un hijo.
Sí... Marcelo era como mi hijo mayor. Verlo jugar y pelear con Camilo y Tamara, no hacía otra cosa que confirmarlo.
Por aquel entonces, Marcelo estaba llenito de inquietudes políticas. Venía de una familia colorada, pero el loco no estaba para nada convencido. Era una pregunta tras otra... quería saber más y más sobre la dictadura, los por qué, las causas... Me agotaba... confieso que me agotaba tratando de explicarle. Empezábamos hablando de Seregni y el programa político del Frente Amplio y terminábamos hablando de Artigas y la primer reforma agraria de Latinoamérica...
Ojo que también él me enseñó a escuchar “La Trampa” (confieso que Luna de marzo pasó a ser una de esas canciones imprescindibles) y el rock gótico que curtía Marcelo por aquellos años. Lo terminé adoptando como un hijo.
Sí... Marcelo era como mi hijo mayor. Verlo jugar y pelear con Camilo y Tamara, no hacía otra cosa que confirmarlo.

Recuerdo perfectamente el día que decidimos con Adriana venirnos para España. Estábamos sentados al borde la piscina del complejo donde vivíamos, obviamente tomando mate y en eso, cae Marcelo. Cuando le dijimos que nos íbamos, lo único que atinó a decir fue: -y cuando volamos?-
Fue así que el 5 de noviembre del 2003, a eso de las 5 de la mañana, cerramos la puerta de The Falls Pkwy por última vez. Mientras tanto, caía una llovizna finita sobre Atlanta...
–Ja!- dijo Marcelo... –Ahora que nos vamos, a Atlanta se le da por llorar-.
Y allá salimos, como contaba en el post anterior en la Ford, rumbo a New York...
Cuando despachamos las maletas... enormes y pesadísimas, la morena que nos atendió nos preguntó:
–Se mudan?-
-Siiiii!!! Nos vamos de EE.UU!!! Ustedes se lo perdieron...-
Cuando levantó el avión, mientras dejábamos atrás nuestro frustrado sueño americano, nos mirábamos cómplices, sabiendo que habíamos decidido bien.
Ahora, Marcelo acaba de regresar de Uruguay. Hacía siete años que no iba de visita por el pago. Los padres, que fueron al aeropuerto aquel 10 de setiembre del 2000 a despedir a su hijo adolescente, ahora... el exilio económico les devolvía al hijo hecho hombre. Curtido en mil batallas y ahora... re-zurdo. Buen maestro, tuvo... ja!
Ayer justamente le decía a Marcelo que yo noté el cambio. El ir a Young y convivir con su familia después de siete años... lo había ayudado a confirmar ciertas certezas y a derribar varios mitos.
Hoy, puedo decir que de aquel hijo mayor que adopté una tarde ya lejana en Atlanta, Marcelo pasó a ser un hermano menor. Con los que a veces te calentás, discutís, te peleás... pero que cuando falta para pagar el alquiler, calladito y sin decir nada, deja el sobre con dinero sobre la mesita del comedor. Por supuesto que trajo regalos, mates, limpiabombillas (material altamente valorado entre la diáspora uruguaya), un poncho para Adriana, remeras de Torres García y alfajores Portezuelo para Camilo y Tamara y para mí dos libros. “Tiempo y tiempo” de Líber Falco (Ediciones de la Banda Oriental) y “Poesía Completa” de Idea Vilariño (Ediciones Cal y Canto)... estoy feliz... se podrán imaginar. Las obras completas de Falco y de Idea... faaa... Cuánta cosa junta!
Eso sí, el mejor regalo que me hizo Marcelo, fue decirme que en Nochebuena, mientras hacía un cordero a las brasas con el padre en su casa de Young, se puso a lagrimear recordando que era la primera Navidad, después de 6 años, que pasaríamos separados.
A nosotros... nos pasó lo mismo.